viernes, 20 de julio de 2012

INVESTIGACION, DESARROLLO E INNOVACION

El progreso de la humanidad, al cabo de millones de años, viene dado por infinitos detalles que han supuesto una mejora para el hombre, al menos puntualmente. Muchos de ellos (los más técnicos) descubiertos en los últimos cien años (tres o cuatro generaciones), es decir, muy recientemente.

Todo el mundo tiene claro lo imprescindible que es para el futuro de cada uno de los países, dedicar una partida de su presupuesto a la investigación, desarrollo e innovación (I+D+I). Desgraciadamente, al mismo tiempo, este apartado se convierte en el saco que, al menos en una parte, resuelve el problema de las deficiencias, faltas y/o excesos del resto de las partidas de un ejercicio económico.
En España precisamente las inversiones en I+D+I en los últimos 4/5 años –años de derroche, déficit, y endeudamiento- vienen sufriendo un descenso de hasta un 50% acumulado. Su principal enemigo es cualquier crisis de carácter económico ya que si hay que “apretarse el cinturón” la ciencia no va a ser menos y además pasa más desapercibida para el conjunto de la sociedad.
El complemento más importante a la inversión pública es la inversión privada. Las empresas, en general, se muestran muy interesadas en nutrir sus presupuestos con suficientes fondos para la investigación, desarrollo e innovación encaminados a la mejora de sus productos o al lanzamiento de nuevas variedades para competir en el mercado. Ahora bien, esta partida al igual que en lo público, constituye uno de los puntos más débiles para reducir cuando hay que ajustar un presupuesto.
Sobre la inversión privada, me hago la siguiente consideración: el gasto que una empresa dedica para investigación lo dirige fundamentalmente hacia sus productos, sus marcas. Las marcas mal llamadas blancas, marcas de la distribución, por ajuste de costes y precios no realizan inversión alguna en investigación (solo aprovechan los avances de otros) y las empresas fabricantes tampoco derivan presupuesto hacia esos volúmenes. Si suponemos, por ejemplo, que dichas marcas blancas tienen un peso medio, entre todos los productos que tocan, del 50% es fácil deducir que la mitad de la producción industrial del país no aporta innovación alguna.
Es muy lamentable que las necesidades económicas de las empresas les lleven a dirigir la mitad de su producción hacia la tentación de unos volúmenes fáciles aunque de márgenes muy escasos de marcas blancas (¿?). Esta consideración quizás merezca dedicarle un tiempo y un espacio por sí misma, en breve.
Si estas valoraciones del 50% en la investigación pública y privada son aplicables al conjunto de España, hay que convenir que nos encontramos muy lejos del resto de países y miembros de la UE. Bruselas ya recomendaba hace cinco años dedicar el 3% del PIB y en la actualidad rondamos el 0,5% del PIB en los PGE.
El déficit afecta fundamentalmente al Estado, a la administración pública, por lo que cabría depositar las esperanzas en la empresa privada, en las grandes industrias pero si también se encuentran mediatizadas por los volúmenes alcanzados por las marcas blancas nos encontramos verdaderamente en precario, me da igual que se valore al 50, al 40 o al 60%.
De verdad alguien piensa que si fuera por las marcas blancas, dispondríamos hoy de productos modernos y avanzados, repostería enriquecida, bizcochos, precocinados, productos semielaborados, calcio y omega en la leche, variedad de yogures, mezclas de sabores, aceites, pastas, helados, natas y así hasta un repaso interminable por toda la gama que podemos encontrar en los lineales de los supermercados y grandes superficies. Seguiríamos con nuestro arroz con leche casero, el pudin de pan, la lecha a granel y así sucesivamente como hace 60 años. Si se hace un ejercicio de imaginación sobre cuántos productos no estarían hoy a nuestra disposición, su resultado es catastrófico para la sociedad en que vivimos además de para la salud y estado de bienestar.
Sin ánimo de ser agorero, vale la pena meditar sobre los males que están ocasionando las guerras de marcas de la distribución cuyas ventajas de precios recaen normalmente sobre las industrias.
La ecuación es muy simple: ciudadano contento (compra más barato); industria contenta (rentabiliza capacidad fabril); distribución contenta (compra y vende su marca en ventaja sobre sus competidores); empresas preocupadas (ganan menos); empresas cierran (entran en suspensión o quiebran); trabajadores ganan menos o se quedan en paro; el País no es competitivo; el paro crece y hay que pagarlo; ciudadano descontento; ciudadano coge la pancarta y se manifiesta.
¡¡¡Ojalá que yo esté equivocado!!!

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