El progreso de la humanidad, al
cabo de millones de años, viene dado por infinitos detalles que han supuesto
una mejora para el hombre, al menos puntualmente. Muchos de ellos (los más
técnicos) descubiertos en los últimos cien años (tres o cuatro generaciones),
es decir, muy recientemente.
Todo el mundo tiene claro lo
imprescindible que es para el futuro de cada uno de los países, dedicar una
partida de su presupuesto a la investigación, desarrollo e innovación (I+D+I). Desgraciadamente,
al mismo tiempo, este apartado se convierte en el saco que, al menos en una
parte, resuelve el problema de las deficiencias, faltas y/o excesos del resto
de las partidas de un ejercicio económico.
En España precisamente las
inversiones en I+D+I en los últimos 4/5 años –años de derroche, déficit, y
endeudamiento- vienen sufriendo un descenso de hasta un 50% acumulado. Su
principal enemigo es cualquier crisis de carácter económico ya que si hay que
“apretarse el cinturón” la ciencia no va a ser menos y además pasa más
desapercibida para el conjunto de la sociedad.
El complemento más importante a
la inversión pública es la inversión privada. Las empresas, en general, se
muestran muy interesadas en nutrir sus presupuestos con suficientes fondos para
la investigación, desarrollo e innovación encaminados a la mejora de sus
productos o al lanzamiento de nuevas variedades para competir en el mercado.
Ahora bien, esta partida al igual que en lo público, constituye uno de los
puntos más débiles para reducir cuando hay que ajustar un presupuesto.
Sobre la inversión privada, me
hago la siguiente consideración: el gasto que una empresa dedica para
investigación lo dirige fundamentalmente hacia sus productos, sus marcas. Las
marcas mal llamadas blancas, marcas de la distribución, por ajuste de costes y
precios no realizan inversión alguna en investigación (solo aprovechan los
avances de otros) y las empresas fabricantes tampoco derivan presupuesto hacia
esos volúmenes. Si suponemos, por ejemplo, que dichas marcas blancas tienen un
peso medio, entre todos los productos que tocan, del 50% es fácil deducir que
la mitad de la producción industrial del país no aporta innovación alguna.
Es muy lamentable que las
necesidades económicas de las empresas les lleven a dirigir la mitad de su
producción hacia la tentación de unos volúmenes fáciles aunque de márgenes muy
escasos de marcas blancas (¿?). Esta
consideración quizás merezca dedicarle un tiempo y un espacio por sí misma, en
breve.
Si estas valoraciones del 50% en
la investigación pública y privada son aplicables al conjunto de España, hay
que convenir que nos encontramos muy lejos del resto de países y miembros de la
UE. Bruselas ya recomendaba hace cinco años dedicar el 3% del PIB y en la
actualidad rondamos el 0,5% del PIB en los PGE.
El déficit afecta
fundamentalmente al Estado, a la administración pública, por lo que cabría
depositar las esperanzas en la empresa privada, en las grandes industrias pero
si también se encuentran mediatizadas por los volúmenes alcanzados por las
marcas blancas nos encontramos verdaderamente en precario, me da igual que se
valore al 50, al 40 o al 60%.
De verdad alguien piensa que si
fuera por las marcas blancas, dispondríamos hoy de productos modernos y
avanzados, repostería enriquecida, bizcochos, precocinados, productos
semielaborados, calcio y omega en la leche, variedad de yogures, mezclas de
sabores, aceites, pastas, helados, natas y así hasta un repaso interminable por
toda la gama que podemos encontrar en los lineales de los supermercados y
grandes superficies. Seguiríamos con nuestro arroz con leche casero, el pudin
de pan, la lecha a granel y así sucesivamente como hace 60 años. Si se hace un
ejercicio de imaginación sobre cuántos productos no estarían hoy a nuestra
disposición, su resultado es catastrófico para la sociedad en que vivimos
además de para la salud y estado de bienestar.
Sin ánimo de ser agorero, vale la
pena meditar sobre los males que están ocasionando las guerras de marcas de la
distribución cuyas ventajas de precios recaen normalmente sobre las industrias.
La ecuación es muy simple: ciudadano contento (compra más barato); industria
contenta (rentabiliza capacidad fabril); distribución contenta (compra y vende
su marca en ventaja sobre sus competidores); empresas
preocupadas (ganan menos); empresas cierran (entran en suspensión o quiebran);
trabajadores ganan menos o se quedan en paro; el País no es competitivo; el
paro crece y hay que pagarlo; ciudadano descontento; ciudadano coge la pancarta
y se manifiesta.
¡¡¡Ojalá que yo esté equivocado!!!
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