
Vengo siguiendo a través de la
prensa, en la medida que el tiempo disponible me lo permite, la marcha,
declaraciones, amenazas y contraamenazas que se producen sobre el tan manido
independentismo. Entre las muchas conclusiones a las que he llegado, voy a
centrarme sobre la manipulación y deriva que observo en las declaraciones de
los políticos que con la selección de titulares que efectúan los medios
(normalmente buscando el sensacionalismo cuando no el oportunismo) consiguen
llevar a la gente en general a dilucidar entre si es “buena” o es “mala” la
independencia de un territorio, soberanía, separación o cómo quieran calificarla,
cuando la verdadera cuestión es otra.
Los deseos y diferentes enfoques que puedan
tener las personas, bien individualmente o de forma colectiva, sobre cualquier
orden de la vida en su más amplia visión: familia, religión, política, cultura,
trabajo, sexo, disciplina, autoridad y una infinidad de conceptos que
desarrollamos y conforman nuestra convivencia, no deben encontrar en la
sociedad más problema que el cauce legal y siempre civilizado por el que deben
discurrir sus reclamaciones. También, por qué no, entre estas apetencias se
encuentra el independentismo.
En mi opinión, el hombre quiere
ser independiente desde pequeñito, en la más tierna infancia ya quiere hacerse
dueño y controlador de sus actos, sin saber exactamente de qué se trata, quiere
ducharse solo y no sabe, quiere bajar las escaleras solo y acaba cayéndose,
quiere comer solo y se embadurna, quiere cortar su comida y lo que se corta es
un dedo, etc. etc. En el colegio quiere mantener una independencia de su grupo
respecto a las demás clases, quiere pero no puede saltarse la disciplina del
profesor. En la adolescencia no quiere
el patrón de comportamiento ni el método de vida al que se ve obligado en su
casa. Quiere independizarse pero que su papá le siga manteniendo y protegiendo.
Posteriormente, cuando sale a la vida real, se encuentra con que la mayoría de
las conductas a las que se ve obligado entre su grupo de amigos, con las
personas del otro sexo, en el trabajo, sus jefes, compañeros y subordinados no
son de su agrado por lo que se plantea modificarlas y conseguirlas logrando su
independencia.
Claro que sí se puede estar de
acuerdo en las apetencias independentistas. En lo que no se puede estar
necesariamente de acuerdo es en que esas apetencias sean de cuatro
politiquillos que mueven a las masas con conceptos totalmente demagógicos, con
mentiras de todo tipo, sin plantearse las posibilidades reales económicas y
legales del asunto. Tampoco se puede estar de acuerdo en que los planteamientos
que se vienen oyendo sean de tono secesionista a la brava “lo haremos sí o sí” …
¡vamos que no se puede ser Mas irresponsable ni Mas tonto!
¡¡ Este es el verdadero debate
que debe haber en la sociedad !! ¿Qué caminos existen en las leyes para
conseguirlo? Si no están claros o no existieran, también es legítimo marcarse
como objetivo primario cambiar esas leyes pero, insisto, este es el camino y no
meter a toda España en una discusión vacía y estéril sobre el independentismo.
Primero están los cauces.
No obstante, por dejarlo claro,
mi pensamiento personal, es que las restas son malas; son mucho mejor las
sumas. Los localismos son catetadas de gente ciega al progreso de la humanidad.
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