martes, 16 de octubre de 2012

EL FOCO




 


Vengo siguiendo a través de la prensa, en la medida que el tiempo disponible me lo permite, la marcha, declaraciones, amenazas y contraamenazas que se producen sobre el tan manido independentismo. Entre las muchas conclusiones a las que he llegado, voy a centrarme sobre la manipulación y deriva que observo en las declaraciones de los políticos que con la selección de titulares que efectúan los medios (normalmente buscando el sensacionalismo cuando no el oportunismo) consiguen llevar a la gente en general a dilucidar entre si es “buena” o es “mala” la independencia de un territorio, soberanía, separación o cómo quieran calificarla, cuando la verdadera cuestión es otra.

 Los deseos y diferentes enfoques que puedan tener las personas, bien individualmente o de forma colectiva, sobre cualquier orden de la vida en su más amplia visión: familia, religión, política, cultura, trabajo, sexo, disciplina, autoridad y una infinidad de conceptos que desarrollamos y conforman nuestra convivencia, no deben encontrar en la sociedad más problema que el cauce legal y siempre civilizado por el que deben discurrir sus reclamaciones. También, por qué no, entre estas apetencias se encuentra el independentismo.

En mi opinión, el hombre quiere ser independiente desde pequeñito, en la más tierna infancia ya quiere hacerse dueño y controlador de sus actos, sin saber exactamente de qué se trata, quiere ducharse solo y no sabe, quiere bajar las escaleras solo y acaba cayéndose, quiere comer solo y se embadurna, quiere cortar su comida y lo que se corta es un dedo, etc. etc. En el colegio quiere mantener una independencia de su grupo respecto a las demás clases, quiere pero no puede saltarse la disciplina del profesor. En la adolescencia  no quiere el patrón de comportamiento ni el método de vida al que se ve obligado en su casa. Quiere independizarse pero que su papá le siga manteniendo y protegiendo. Posteriormente, cuando sale a la vida real, se encuentra con que la mayoría de las conductas a las que se ve obligado entre su grupo de amigos, con las personas del otro sexo, en el trabajo, sus jefes, compañeros y subordinados no son de su agrado por lo que se plantea modificarlas y conseguirlas logrando su independencia.

Claro que sí se puede estar de acuerdo en las apetencias independentistas. En lo que no se puede estar necesariamente de acuerdo es en que esas apetencias sean de cuatro politiquillos que mueven a las masas con conceptos totalmente demagógicos, con mentiras de todo tipo, sin plantearse las posibilidades reales económicas y legales del asunto. Tampoco se puede estar de acuerdo en que los planteamientos que se vienen oyendo sean de tono secesionista a la brava “lo haremos sí o sí” … ¡vamos que no se puede ser Mas irresponsable ni Mas tonto!

¡¡ Este es el verdadero debate que debe haber en la sociedad !! ¿Qué caminos existen en las leyes para conseguirlo? Si no están claros o no existieran, también es legítimo marcarse como objetivo primario cambiar esas leyes pero, insisto, este es el camino y no meter a toda España en una discusión vacía y estéril sobre el independentismo. Primero están los cauces.

No obstante, por dejarlo claro, mi pensamiento personal, es que las restas son malas; son mucho mejor las sumas. Los localismos son catetadas de gente ciega al progreso de la humanidad.

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